Versión literaria de un cuento de Las mil y una noches
Cierto mandadero estaba un día en el mercado cuando fue llamado por una joven, bellísima y suntuosamente vestida, para que recogiera sus compras y la acompañara hasta su casa.
Cargado de todo tipo de comestibles, golosinas y licores llegó con la dama a un palacio de mármol en el que todo era lujo y esplendor. Allí vivían otras dos jóvenes tan hermosas como la primera.
Tras recibirle las compras y darle unas monedas le indicaron que se marchara. Pero él, joven, fuerte y soltero, ni siquiera se movió, pues estaba encantado ante tanta belleza y perfección juntas. Lo único que le extrañaba era no ver un hombre en la casa.
–¿Por qué no te marchas? ¿Acaso te parece poco el dinero que te dimos? –preguntó la mayor de las hermanas, ordenando le doblaran la paga.
–¡Por Alá, señoras, que la paga es excelente! –replicó el mandadero–. Lo que sucede es que mi corazón está deslumbrado con vosotras. Y me intriga ver cómo seres tan hermosos pueden vivir sin la presencia de un hombre. La felicidad de las mujeres nunca será completa sin un hombre en casa. Y yo, por supuesto, quiero ser ese hombre. Prometo, por mi vida y mi honra, guardar el secreto de lo que aquí suceda para bien de los cuatro.
Una de las jóvenes respondió:
–Sin duda ignoras que somos vírgenes. Por eso no podemos fiarnos de nadie.
El mandadero insistió:
–¡Os juro, señoras mías, que soy hombre serio y leal!
Las mujeres parecieron tranquilizarse y al final una de ellas propuso que le permitieran quedarse, ya que, según parecía, no iba a causarles ningún problema.
El mandadero agradeció la deferencia y las mujeres prepararon un lugar junto al estanque, colocando allí todo cuanto pudieran necesitar para una animada reunión, incluidas varias botellas de vino y altas copas doradas.
Servido el rojo licor, el galán alzó su copa y se acercó a la mayor, diciéndole:
–¡Señora, créeme que soy tu esclavo y tu adorador!
–Bebe, buen amigo –contestó ella–. ¡Y que la bebida te alegre y te mejore la salud!
Después de beber un rato las hermanas comenzaron a cantar, a danzar y a jugar, lanzándose flores. Mientras tanto, el mandadero las besaba y abrazaba simulando naturalidad e inocencia. Las tres disfrutaban con ello. Una le dirigía chanzas amables, otra lo atraía y lo apartaba de sí y la última le golpeaba la cara con flores.
Cuando el vino y los juegos se les subieron a la cabeza, una de las hermanas se desnudó y de un salto se echó al estanque, donde comenzó a chapucear graciosamente. Cansada de jugar salió después y acercándose al hombre dijo, señalando su lindo montecillo de Venus:
–¿Sabes cómo se llama esto?
–Casa de la misericordia –contestó el hombre.
–¡Ignorante! –replicó ella, dándole golpecitos cordiales.
–Vulva.
–No.
–Cosita rica.
–No.
–Escondite del niño baboso.
–No.
–Dime, pues, cómo se llama ese lindo y sedoso tesoro.
– Albahaca de los puentes –explicó ella.
El mandadero exclamó entonces, acariciando suavemente el prodigio.
–¡Que Alá te guarde, oh divina albahaca de los puentes!
Luego de una nueva ronda de copas se desnudó la segunda de las hermanas, se metió al estanque e hizo lo mismo que la anterior. Después salió, se sentó en las piernas del hombre y, señalando lo suyo, le preguntó:
–¿Cómo se llama esto, luz de mis ojos?
–¿Agujero?
–¡Qué ordinariez! –protestó ella.
–¿Puerta del paraíso?
–Errado.
–¿Pozo del placer?
–No.
–¿Premio del buscón solitario?
–Mucho menos.
–Pues entonces no sé. Dímelo tú.
Y ella contestó:
–Sésamo descortezado.
–¡Que Alá te lo bendiga, querida mía!
La tercera de las hermanas repitió las acciones de las anteriores y después fue a tenderse junto al hombre.
–¿Qué es esto? –preguntó.
–El estornino mudo –dijo el mandadero.
–No.
–El conejo sin orejas.
–No.
–La cueva rosada.
–No.
–La fuente de todas las dádivas.
–No.
–El refugio del triste y del solitario.
–No.
–Me rindo. Dímelo tú.
–La posada de Aby Mansur –reveló ella.
Entonces el hombre se desnudó también y se metió en el estanque, lavándose y restregándose con esmero todo el cuerpo. Después salió y, señalando el pene crecido y pujante, preguntó:
–¿Saben, oh señoras mías, el nombre de esta espléndida cosota?
Echándose a reír, divertidísimas, las tres dijeron distintos nombres. Pero el pillo los rechazaba todos, mientras ellas, ya suficientemente estimuladas, lo mordisqueaban, besaban y exploraban por todas partes.
–Despertador de la alegría –insistió una.
–Bocado que nunca sacia –añadió otra.
–Pan de las hambrientas –concluyó la última.
Negando con la cabeza, el mandadero las besaba y abrazaba mientras las jóvenes continuaban riendo a carcajadas. Al fin, una de ellas le exigió:
–Por Alá, dinos de una buena vez cómo se llama tan soberbio y deseado portento.
Él explicó entonces:
–Señoras mías: más importante que decirles el nombre de esta prenda que Natura me ha dado en buena hora para contentamiento y satisfacción de damas tan exquisitas como vosotras, resulta explicarles qué es. ¿Y qué es, en efecto? Pues muy sencillo: es el macho poderoso que se come la albahaca de los puentes, se deleita saboreando el sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby Mansur. ¡Así que preparaos a homenajearlo como se merece, señoras mías!
Cabe colegir que la sonrisa de las tres hermanas anunció en ese instante todas las sudorosas y extenuantes generosidades del harén.
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