lunes, 26 de septiembre de 2011

Muestra de obra poética





Canto universal al deporte y al músculo


¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al músculo sano,
al cuerpo limpio,
al brazo que no tiembla,
al ojo alerta,
al muslo electrizado,
al pie que avanza,
al sudor que recorre tanta gracia
hecha fulgor,
actividad,
victoria.

Canto al hombre integral,
sustancia noble,
materia de los sueños que descubre
que su casa es el cuerpo
y que la mente sólo es sana
si el cuerpo canta y ríe
y, sudando, celebra cada día
la proeza
y la gloria
de estar vivo.

Canto al hombre que se ama por el cuerpo
y en cada miembro y músculo percibe
un torrente de fuerza que resume
la levedad del aire, el agua, el fuego,
la rosa que despierta en su fragancia,
el cordero, el león, el pajarillo,
la piedra del camino, el alto azul,
la estrella que se apaga y la ceniza
de los volcanes, todo en una vida.

Canto en el hombre el músculo vibrante,
canto en el hombre el músculo sudado,
canto en el hombre cosmos, aire y cielo.

Canto al cuerpo ascendido a la potencia
de saberse dichoso y saludable,
hecho para la vida y el deporte,
que más que vida es ritmo,
batalla de las formas gozadoras,
pretexto para el salto y para el vuelo,
camino de la luz y la alegría,
manantial de optimismo,
rosa de los esfuerzos, rosa pura.

Canto al deporte, en fin, cantando al cuerpo,
canto el esfuerzo de las madrugadas,
canto el sudor, la disciplina, el trote,
el sol en las espaldas, la constancia,
las caídas, las lágrimas, la sangre,
los sueños que se esfuman, la victoria
que, de pronto, florece entre ovaciones.


¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al primer atleta que en Olimpia
coronaron un día de laureles
para mostrar al mundo que la gloria
también se gana con sudor y esfuerzo.

Canto al gran Coubertin, que un día en Atenas
restauró para el mundo la epopeya
de los juegos sagrados donde el pobre
–músculo en ristre y voluntad enhiesta–
compite, cuerpo a cuerpo, con los ricos
y deja en los estadios de alaridos
la impronta del jadeo y del ancestro.

¡Canto la democracia de los juegos!

Canto al hombre que olvida en el deporte
el fragor de las guerras, las ofensas,
la herida que no sana, las traiciones,
la humillación, la cólera justísima,
y naciendo de nuevo, en aire nuevo,
gana para la vida la presea
de ser él sólo y superior él mismo.

¡Canto al hombre hermanado en el deporte!

Canto al fútbol que llena los estadios
de banderas felices y de gritos.
Canto a Pelé, de ébano y de samba,
príncipe de la jungla y las favelas,
dios en pantaloneta haciendo goles
en Brasil, en Europa, en todo el mundo.

Canto al balón que gira por los aires
como un astro incendiado en la victoria
de la augusta patada que disuelve
el nudo del tumulto y la celada.

Canto al balón de tumbo en tumbo yendo,
perseguido, cazado, deseado,
tejiendo filigranas por el césped,
señor del aire y de la tierra hermano.

¡Canto al balón, su gloria desatada!

Canto al ciclismo, forjador de héroes
que devoran distancias y silencios,
selvas y carreteras y plantíos,
villorrios olvidados y metrópolis,
y que al caer las tardes, extenuados,
descansan al soñar con otra etapa.

Canto al puntero triunfador
lo mismo que al humildísimo colero
porque en coraje y en sudor iguales
son y serán sobre la dura ruta
que jalonan con llantos y caídas.

Canto a Cochise, rey de carreteras,
émulo del ciclón y la centella,
camarada del viento, a quien el viento
no le perdona haberlo derrotado.

Canto la gloria del escarabajo
dictando su lección de geografía
sobre un tablero de empinados riscos,
tórridos valles, congelados páramos,
verdeantes vegas, caudalosos ríos...

Canto la bicicleta, caballito sin yerba.
Canto sus radios, canto sus biseles,
canto sus tubulares, sus pedales,
su manubrio obediente, el brillo puro
de su esplendor caminador y aéreo.

¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al boxeo y su total dureza.
Canto el ruido de mazas demoliendo
caras, cabezas, torsos, esqueletos,
poder, chequeras, fiestas, automóviles,
amor, mujeres, vocación, orgullos...

Canto la destrucción, que es también vida,
reciclaje, canción, volver al todo
del universo en el que el hombre mismo
nace para morir, muriendo vive.

Canto a Mohamed Alí, leve y brutal,
signo de mariposa y danza y fiesta,
poeta del ring, predicador del músculo,
niño inocente prodigando ruinas...

¡Canto la gloria de la fuerza humana!
¡Canto el poder de la salud rampante!
¡Canto la exultación de la materia
por la materia siempre devorada!

Canto los guantes suaves, poderosos,
que hacen más grande el puño.
Canto su lluvia terca, su insistencia,
su volar, su rondar, su danza torva.

¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto la natación, canto la esgrima,
el tiro al blanco, el tenis, la gimnasia,
el atletismo, el baloncesto, el béisbol,
la hípica, la lucha y el taekuondo.
¡Canto lo que se olvida, canto y cuento!

Canto, finalmente, al hincha
que pelea y suspira por sus ídolos,
y canto al locutor, al periodista
que hace su historia de papel y viento,
y canto al empresario, al hombrecito
que vende los boletos, al muchacho
que grita: ¡Cigarrillos y papitas!

¡Canto al deporte, droga que no mata!
¡A la salud del cuerpo canto y canto!





 
Milonga de Borges

Borges no ha muerto, señores.
Se me hace fabulación
que esté enterrado en Ginebra,
llorado por su canción.

Borges no ha muerto, repito.
Quien está enterrado, acaso,
es el doble, el otro, aquel
con quien soñaba al ocaso.

El otro, sí, no hay disputa,
que observaba en los espejos,
un cuchillo la mirada
y un adversario no lejos.

Borges sabía que era
el gaucho y el escritor,
Don Segundo y Martín Fierro,
gentleman y payador.

Y más que escribir soñaba
–piensa y opina el lector–
que la sangre y el ancestro
le ordenaban lo mejor.

El que en Ginebra descansa
–hueso frío y polvo lento–
no es el hijo de Leonor
sino un jinete del viento.

Alma al sol quemante y duro,
Francisco Borges, abuelo,
desde Junín le indicaba
el coraje por desvelo.

Metido en su laberinto,
cantando al tigre temido,
¿quién negará que anheló
ser su garra y su rugido?

En la espiral de su vida
había una estrella: el valor.
¡Y cómo brillaba siempre
en milongas del honor!

Manuel Flores y Chiclana,
Ño Calandria y Juan Muraña
le dieron su valentía
en entreveros de hazaña.

La flor de los cuchilleros
lo acompañó en el cantar
y el mito de sangre fiera
tuvo en su alma un altar.

Ahora nos da por pensar
que en toda su travesía
no fue más que aquel mocete
que a Don Segundo seguía.

Ahora nos da por creer
que aquel ciego de Florida
si alguna cosa veía
era el acero y la herida.

Borges, insisto, no ha muerto.
Quien yace en la tumba aquella
es el otro, el cuchillero
que fue por siempre su estrella.

Borges, Flores y Chiclana,
Borges, Calandria y Muraña,
uno y todos, yace allí
en esa su tumba extraña.

El otro, no: el fabulista
sigue viviendo su historia
en cada lector del mundo,
limpio de ruindad y escoria.

Borges no ha muerto, señores.
Lo asegura quien ahora
abre sus libros y siente
su renacer y su aurora.




  
 
“Antipoéticas”



Cuestión de ortografía


Tarde de béisbol. Verano.
Muchachas bellas, sonrientes,
fanáticos impacientes,
y, entre todos, el fulano.
Parla de todo lo humano
y al fin –procaz disparate–
dice que es famoso vate.
Y un gigante que escucha esto
lo alza y volea: –¡Protesto!
¡Vamos a ver si eres bate!




Ínfulas


“Desnudo la poesía”,
pontifica muy ufano
el joven que ayer temprano
bueno y sano parecía.
“Juan Ramón muy bien querría
que, puesto yo en su sendero,
fuera su claro escudero”.
Y el espíritu del bardo,
ríe, ni corto ni tardo:
–¡Tú no llegas ni a Platero!



Tan cojo como...


–Mis sonetos han loado
muchas figuras cimeras
de tan múltiples maneras
que estoy más que consagrado.
Mire usted lo que he cantado.
Mire usted. Juzgue mi seso.
Este soneto es suceso
de suma gracia y terneza.
–Sí, señor... ¡Tanta belleza
me recuerda a Blas de Lezo!



Agricultura


–Soy poeta connotado,
dice el fulano, y esgrime
unos versos donde gime
el propio Dante befado:
Un soneto dislocado,
una oda con fractura
y un himno de tal factura
que, rascándose la testa,
uno pregunta, en protesta:
–¿Cómo está en agricultura? 


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