miércoles, 28 de septiembre de 2011

Crisis de crisis

Por Hernando García Mejía

El mundo actual está marcado por todo tipo de crisis: crisis económica, crisis moral, crisis política, crisis de credibilidad personal, profesional e institucional y crisis en el campo del libro y la lectura. Nunca se había leído menos que ahora y nunca las librerías habían enfrentado tantos problemas. Pero si por las librerías llueve por las editoriales no escampa. Ya los editores no hablan de firmar contratos sino de liquidar y feriar  inventarios estáticos. Y mientras los libros se constituyen en grave problema de bodegaje, su producción resulta cada vez más costosa.

La seriedad de los editores no admite dudas. El problema es real y lo peor es que no existen soluciones a corto plazo. Si la gente no lee no hay nada que hacer. Apagá y vámonos.

Lo contundente del catastrófico fenómeno acaba de ser reconocido por Carvajal cuando anunció que su editorial Norma, de cobertura hispanoamericana y una de las más importantes del país, desmontará sus líneas de literatura y superación personal para dedicarse exclusivamente a la producción de textos escolares. El problema es que estos también andan cuesta abajo –muy raro que allí no lo sepan– y algunos especialistas exploran ya la solución virtual como única tabla de salvación. El libro impreso, pues, está out y el e-book se va constituyendo en su lápida funeral. La tableta es fría, tediosa, fea pero comporta una realidad avasalladora, pese al romanticismo añorante que sigue defendiendo la forma tradicional con razones como lo grato del tacto, el olor del papel, la belleza de los separadores y la pulcritud de la impresión.

Se impone y legitima buscar la raíz de la crisis en la escuela y en el sistema educativo, que ni enseña a leer correctamente ni, mucho menos, genera hábitos lectores. Y esto es apenas natural. Si los maestros no leen, ¿cómo exigirles a los chicos que lo hagan?

El Ministerio de Educación ha sido un desastre históricamente continuado y sus funcionarios, elegidos más por razones políticas que por aficiones pedagógicas demostradas, sólo han servido para engordar sindicatos y burocracias ineptas y voraces.

La lectura debería ser un programa estatal básico, dirigido por grandes lectores, no por mafias bibliotecarias conniventes con editoras amigas. De lo contrario, la educación seguirá siendo el fiasco de siempre. Además, urge pensar en la lectura como plataforma de una democracia real y funcional.

Deplorable lo de Norma,  que puso en mi biblioteca tesoros como “Una historia de la lectura”, de Alberto Manguel, “Las cenizas de Ángela” y “El profesor”, de  Frank McCourt y “Santo oficio de la memoria”, novela de Mempo Giardinelli sobre los inmigrantes italianos en Argentina.

Broche

Leer para ser.


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