viernes, 30 de septiembre de 2011

Arte y belleza


Como la música, la poesía posee para mí virtudes terapéuticas, consoladoras y distensionantes. Con la primera sonando en mi PC escribo siempre. En este  mismo instante, por ejemplo, vibra gloriosamente a mis oídos el Concierto para piano  y orquesta No. 1 en Do mayor, Op. 15,  interpretado por Jan Panenka y la Orquesta Sinfónica de Praga. Sobra decir que es de Beethoven, el maravilloso sordo que como tenía la música adentro ni siquiera necesitaba escucharla para tocarla.

Música y poesía me generan, pues, con su prodigiosa amalgama de delirios y tempestades de la mente y del alma, eso que es conocido como Síndrome de Stendhal, o sea el deliquio iluminado por una sobredosis de hermosura. 

Lo mismo me sucede con la pintura, especialmente con ciertos bellísimos cuadros de Dalí, en los que el genio loco y extravagante subvierte y transforma la realidad dentro de una atmósfera de poesía, magia y surrealismo alucinantes. Pero el síntoma más fuerte lo sufrí cierta lejana mañana en el Museo del Prado en Madrid, ante La Virgen de la Leche, de Bartolomé Esteban Murillo. Ese chorro de leche brotando del seno generoso por la presión de la manecita infantil, me pareció no sólo como si saltara del cuadro sino como si me diera en la cara absorta y en el alma misma. 

El arte, en general, es tan necesario para la vida como para el alma. Los comerciantes, los políticos y los gobernantes baratos –que son, por desgracia, la inmensa mayoría– lo ignoran y no se preocupan por hacer que la instrucción y formación artísticas hagan parte esencial del programa oficial de educación. Nadie las promueve como debería ser y a la hora de repartir los presupuestos estatales les tocan sólo migajas. Las migajas de la mesa epulónica, tradicionalmente opípara para la guerra y mísera para cualquier alternativa que implique superación de verdad.

¿Pero qué más podría esperarse en un país en donde la estupidez, la politiquería y la corrupción vienen campeando desde las luchas independentistas hasta nuestros días? Y el asunto no es sólo de Colombia. Sucede en toda Latinoamérica, bajo la órbita nefasta del Departamento de Estado, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Nuestras políticas son trazadas e impuestas desde el Imperio del Norte. Y a este no le importa que nuestra gente tenga salud, educación, cultura, equidad sino que se siga endeudando y pagando intereses.  Basta echar una simple mirada documental sobre nuestra región para comprobarlo.

El Imperio no sufre, por lo visto, el Síndrome de Stendhal sino el Síndrome del dólar. Y el miserabilismo colombiano no da sino para el síndrome gallináceo de los tres huevos.


Tanda de vino y poesía




Por Hernando García Mejía
Especial para Día D


Haikus

Sólo tres versos,
diecisiete sílabas
y un perfecto haiku.

En la poesía,
del pajar a la paja
la esencia pura.

1

En la botella,
roja lluvia del alma,
te espera el vino.

2

Cuando la besas,
edificada en uvas,
se vuelve vino.

3

Noé sabía
que las penas acerbas
el vino endulza.

4

Todas las noches,
fórmula que no falla,
un vino en calma.

5

Para el corazón,
fuente de vida y amor,
buen vino y ¡salud!

6

Cuando bebía
Omar Khayyám cantaba
como las aves.

7

La charla fluye,
cual rocío del alma
bien envinada.

8

Mientras la noche
acontece en tinieblas
el vino alumbra.

9

Las altas uvas,
imposible absoluto,
verdes parecen.

10

Al pisar uvas,
las doncellas que ríen
sueñan y encantan.

11

Girando arriba,
racimo picoteado,
borracha el ave.

12

El vino tinto,
manantial que libera
para el sosiego.

13

Quien vino bebe,
inevitablemente
verdades dice.

14

Los huesos fríos,
melancólicos, tardos,
buen vino piden.

15

Si nunca ríes,
ni en verano ni invierno,
te falta vino.

16

Gran vitamina
para el alma y el cuerpo,
el vino amigo.

17

Baco receta
para penas de amores
tan sólo vino.

18

Bebe mi sangre,
¡salud, divina ebriedad!
Vino  que salva.

19

Rubor de vino,
la boca de la amante,
más anhelada.

20

Sangre nutricia
el vino en la poesía,
sal de la vida.


jueves, 29 de septiembre de 2011

Escobar, Uribe, “Bolillo”

Por Hernando García Mejía

En algún homenaje a Uribe alguien afirmó: “Ningún presidente ha hecho tanto por Antioquia como Uribe Vélez. Ninguno ha llevado en el alma a Antioquia como el ilustre ex mandatario”. Estos viudos del poder no dejan de suspirar por las gloriolas fenecidas ni paran de alabar al protector omnímodo, que después de su octenio calamitoso dejó al país transformado en una llaga gigantesca y podrida de donde, al decir de Santos, brota pus por todas partes. La amnesia de estos aduladores profesionales no sana ni con los escándalos de las “chuzadas” del DAS, ni con los “falsos positivos”, ni con las sucias faenas reeleccionistas, ni con los líos de Estupefacientes, ni con los escándalos de las falsas reinserciones paracas, ni con los nombramientos de bandidos.

¿Un tipo como Noguera, ungido cerebro del DAS y condenado a 25 años de cárcel por la Corte Suprema de Justicia será un inocente y valioso ciudadano?  ¿Uribe lo nombró por su familia y su hoja de vida o porque alguna vez fue invitado a amanecer en la casa del “buen muchacho”? Si fue por lo último, imaginen, no más, lo que le costó a Colombia la dormidita.

También nombró a Uribito, de quien ya conocemos bien el récord de “proezas” agropecuarias. Si el primero era “un buen muchacho”, el segundo debió ser poco menos que un genio. Y vean en lo que pararon ambos. ¡Pobrecitos, tan  jóvenes y tan de malas!

En realidad –nombramientos aparte y retomando el tema– Uribe hizo mucho, pero no en beneficio sino en perjuicio de Antioquia. Entre sus grandes realizaciones estuvieron las Convivir, que tantos muertos inocentes causaron y que finalmente fueron el huevo maldito del narcoparamilitarismo, que se extendió rápidamente por el país bañándolo de sangre de norte a sur y de oriente a occidente. ¡Vaya realización!

Ciertamente, el ex  presidente lleva en el alma a Antioquia, pero no a la Antioquia noble y ejemplar sino a la Antioquia de los arrieros vulgares, de los paisas groseros que insultan y sacan machete por todo. Durante sus casi inacabables ocho años de mandato estuvo siempre peleando y creando problemas tanto nacional como internacionalmente y por sus groserías y bochinches muchísima gente en el país se hizo a la idea de que aquí todos somos como él.

Y eso es falso. En su gran mayoría, nuestra gente es decente, respetuosa y educada. No todos somos Pablo Escobar,  matando y narcotraficando, ni Uribe, amenazando con darle en la cara al marica, ni el “Bolillo”, zurrando tipas al amanecer. ¡No, señores! La generalización ofende.

Broche

Uribe presenta excusas, como por cumplir, ¿pero quién revive los muertos de sus recomendados?

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Crisis de crisis

Por Hernando García Mejía

El mundo actual está marcado por todo tipo de crisis: crisis económica, crisis moral, crisis política, crisis de credibilidad personal, profesional e institucional y crisis en el campo del libro y la lectura. Nunca se había leído menos que ahora y nunca las librerías habían enfrentado tantos problemas. Pero si por las librerías llueve por las editoriales no escampa. Ya los editores no hablan de firmar contratos sino de liquidar y feriar  inventarios estáticos. Y mientras los libros se constituyen en grave problema de bodegaje, su producción resulta cada vez más costosa.

La seriedad de los editores no admite dudas. El problema es real y lo peor es que no existen soluciones a corto plazo. Si la gente no lee no hay nada que hacer. Apagá y vámonos.

Lo contundente del catastrófico fenómeno acaba de ser reconocido por Carvajal cuando anunció que su editorial Norma, de cobertura hispanoamericana y una de las más importantes del país, desmontará sus líneas de literatura y superación personal para dedicarse exclusivamente a la producción de textos escolares. El problema es que estos también andan cuesta abajo –muy raro que allí no lo sepan– y algunos especialistas exploran ya la solución virtual como única tabla de salvación. El libro impreso, pues, está out y el e-book se va constituyendo en su lápida funeral. La tableta es fría, tediosa, fea pero comporta una realidad avasalladora, pese al romanticismo añorante que sigue defendiendo la forma tradicional con razones como lo grato del tacto, el olor del papel, la belleza de los separadores y la pulcritud de la impresión.

Se impone y legitima buscar la raíz de la crisis en la escuela y en el sistema educativo, que ni enseña a leer correctamente ni, mucho menos, genera hábitos lectores. Y esto es apenas natural. Si los maestros no leen, ¿cómo exigirles a los chicos que lo hagan?

El Ministerio de Educación ha sido un desastre históricamente continuado y sus funcionarios, elegidos más por razones políticas que por aficiones pedagógicas demostradas, sólo han servido para engordar sindicatos y burocracias ineptas y voraces.

La lectura debería ser un programa estatal básico, dirigido por grandes lectores, no por mafias bibliotecarias conniventes con editoras amigas. De lo contrario, la educación seguirá siendo el fiasco de siempre. Además, urge pensar en la lectura como plataforma de una democracia real y funcional.

Deplorable lo de Norma,  que puso en mi biblioteca tesoros como “Una historia de la lectura”, de Alberto Manguel, “Las cenizas de Ángela” y “El profesor”, de  Frank McCourt y “Santo oficio de la memoria”, novela de Mempo Giardinelli sobre los inmigrantes italianos en Argentina.

Broche

Leer para ser.


martes, 27 de septiembre de 2011

Mi primera cartilla

Por Hernando García Mejía
Especial para Día D

Fluía el año de gracia de 1947 cuando inicié la educación primaria, mi única y verdadera educación. Iba a cumplir siete años y era un niño tímido, gagueante y solitario. Arma, mi pueblo natal del norte de Caldas, se desperezaba entre bostezos campesinos. Pocos sabían leer, pero, como mis padres, no leían sino lo necesario. Por eso, cuando entré a la escuela y comencé a ver  cuadernos, lápices, borradores, cartulinas, tableros, tizas y cartillas para aprender  no sólo a leer sino a escribir, supe que ambas cosas eran importantes en la vida y que, por supuesto, me gustaría aprenderlas con el máximo empeño e interés.

Entre  todos esos  útiles –palabra entonces rara y desconocida para mí– estaba Primera  jornada, de Álvaro Marín V. y Alejandro Cano H., la cartilla  con la cual inicié mis  pasos por el mágico  mundo de las  letras, que, juntadas con armonía y sapiencia, andando el tiempo me harían descubridor de maravillas, averiguador de enigmas, codicioso aventurero de ignotas geografías del espíritu  humano y glotón de sabrosuras  sin cuento. Por un regalo de la  gracia divina, tan dichosa embriaguez de cosas bellas  me haría después escritor.

Desde el principio me encantó la cartilla.  Para  una época en la cual la imprenta sólo estaba empezando a tecnificarse en Colombia, gracias al empeño visionario de  don Félix de Bedout Moreno y de  la  pujante empresa editorial que llevaba su nombre, Primera jornada era bella,  muy bien diseñada e impresa. Tenía letras grandes, dibujos graciosos, algunas adivinanzas y, al final, la linda historia abreviada de  Jorge Sand, “La camisa de Alberto”,  para cuya elaboración se juntaron un cordero que aportaba la lana, un rosal espinoso que la cardaba, una araña laboriosa y gentil que la tejía, un diligente cangrejo que la cortaba con sus tijeras afiladas y un pajarillo amigo que la  cosía con su pico  y sus  patas. En esa  acción  comunal en la que participaron elementos y animales amigos, que el niño pobre y descamisado había protegido, subyacía, bella y hondamente, una gran lección de humanidad, bondad y generosidad.

Elaborada  bajo los preceptos del método ideo-visual, tal como se afirmaba en el prólogo de letra menuda e itálica, o bastardilla, como decíamos antes los  editores y entendidos, la cartilla comenzaba, justa y necesariamente, “por el desarrollo  de las aptitudes sensoriales en el niño mediante el conocimiento de la forma y color de los objetos, distinción de formas y colores, tamaño y distancias, acciones y posiciones, etc.”. Esto con el objeto de cumplir “con los más elementales principios de educación funcional que aconsejan el cabal desarrollo de las funciones mentales del niño antes que la adquisición de conocimientos muchas veces improcedentes aun dentro de la misma comunidad escolar”. Más adelante, en el mismo prólogo, se anunciaba algo  que para mi curiosidad indagadora y mi futuro de narrador, habría de ser fundamental: “En este libro, nuevo por muchos aspectos, encuentran los niños de Colombia y América todo cuanto su mundo infantil les demanda:  historietas y cuentos, fábulas y bellas poesías, gracioso folklore, dibujo e interpretación de escenas, números para recordar  y adivinanzas para reír”.

Ahora, cuando ya han transcurrido tantos años después de esa  linda experiencia iniciática y fundacional, el antiguo niño que fui regresa, disfrazado de hombre maduro  cargado de  lecturas y de libros propios y ajenos, a la misma cartilla de los orígenes.  Y al  repasar sus páginas, dibujadas por Heinz Wallenberg,   ablandado en su duro coraje por  una ternura casi lindante  con el llanto de las cosas perdidas para siempre, vuelve a gozar y a emocionarse con lo que otrora  concitó su felicidad. Vuelve a ver  ese “Pertenezco a” de la página 7, enmarcado entre los dibujos de El renacuajo paseador, de Rafael Pombo, y, si no fuera porque el libro es prestado y no propio (¡Qué dicha poder conservar el mío!), ahora mismo  sacaría el lápiz y pondría sobre esas dos rayas Hernando García Mejía.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Muestra de ensayo




DEL LEER Y DEL SER


Cuando las urgencias del vivir más nos atosigan, cuando la acuciante actividad del negocio va haciendo casi imposible la gustosa actividad del ocio, cuando el gozo de leer por leer sólo es accesible a los elegidos, ¿por qué no meditar durante unos minutos sobre este difícil ejercicio de la lectura?

PEDRO LAÍN ENTRALGO

 
Leer y entender es algo; leer y sentir es mucho; leer y pensar es cuanto puede desearse.

ANÓNIMO

  
El libro forma, informa y transforma.

EL AUTOR


  
Las tres hojas


Primero fue la hoja del árbol.

Luego la hoja del libro.

Después de haberle dado al hombre cuna, báculo y ataúd, el árbol le dio también la pulpa de su corazón blanco y palpitante.

Con éste el hombre hizo el papel y con el papel una extensión prodigiosa de su ser: una nueva forma para la comunicación, el saber y la alegría de sentir, de crear y de soñar.

En la hoja blanca y pura traza desde entonces los signos de su corazón estremecido por la gloria de amar, por la alegría de creer y por la fiesta de imaginar y reflejar. En ella deposita la plétora de su nobleza y de su poderío, de su gloria y de su incertidumbre existencial.

Y en ella, en su océano impoluto, navega por los siglos de los siglos, capitán de sí mismo y señor de su historia.

La hoja del árbol.

La hoja del libro.

¡La hoja del hombre!


    

Literatura Infantil y Educación


Nunca como ahora la literatura infantil había tenido un papel más descollante en la formación de las generaciones por venir, que son las que en última instancia van a definir el rumbo no sólo de la familia y de la patria sino del mundo entero.

En la vida del hombre todo comienza en la familia y continúa en la escuela. El padre y la madre tratan, en la medida de sus posibilidades, de sembrar valores esenciales, de trazar pautas, de insinuar conductas, pero, sin duda, es en la escuela primaria donde se canalizan las fuerzas, los hábitos, los ideales que a la postre han de configurar, para bien o para mal, el carácter del niño.

Los maestros, cuya profesión generosa merece todo elogio, apoyo y solidaridad, tienen en las manos la posibilidad de moldear a su antojo la arcilla tierna y dócil de la niñez. De ellos depende en alto grado que la escultura resulte hermosa y útil o que se frustre para siempre.

Comúnmente, por desgracia, se cree que al maestro no le compete sino impartir las nociones rutinarias del currículo y que basta con ello para satisfacción de la conciencia personal, institucional y colectiva. Esto constituye un grave error, sobre todo en los tiempos que corren, cuajados de hirsuto materialismo y casi completamente carentes de bondad.

Sin pecar de moralistas, ciñéndonos simplemente a una visión crítica e imparcial de la realidad contemporánea, tenemos que reconocer que asistimos, pasmados e impotentes, a la quiebra general de todos los valores fundamentales que tradicionalmente han regido la vida del hombre. La técnica, la industrialización, el lucro, el goce fácil, el ansia de figuración y de protagonismo, la publicidad aviesamente cimentada y orientada, la prisa, la violencia, han desviado al hombre de sus objetivos superiores y lo han reducido al nivel del chacal. La misma avidez de consumo es una seña de antropofagia. Ahora el imperativo capital es consumir, así no se sienta la necesidad real del consumo. Los medios audiovisuales crean la necesidad, la imponen sicológicamente. Imponen, asimismo, o estimulan, al menos, la violencia que ha terminado por desterrar todo signo de humanidad. El respeto a la vida, a la propiedad ajena, a la sociedad, han sido arrancados de raíz como una mala yerba. Ya nadie respeta nada. La ley del más fuerte, del más consumidor, del más insensible, es la que devenga los mejores beneficios y aporta los mayores esplendores en una sociedad desquiciada e irremediablemente enferma del alma.

Nuestros niños de aquí y de allá nacen y crecen bajo el furor de tales irradiaciones. Todo les muestra el camino más fácil, la línea de menor resistencia. Todo les enseña que lo más importante, o lo único importante, es salir adelante a como dé lugar. Los métodos carecen de significación. Lo relevante son los logros. Si hay que matar, pues a matar. Si hay que robar, pues a robar.

Muestra de obra poética





Canto universal al deporte y al músculo


¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al músculo sano,
al cuerpo limpio,
al brazo que no tiembla,
al ojo alerta,
al muslo electrizado,
al pie que avanza,
al sudor que recorre tanta gracia
hecha fulgor,
actividad,
victoria.

Canto al hombre integral,
sustancia noble,
materia de los sueños que descubre
que su casa es el cuerpo
y que la mente sólo es sana
si el cuerpo canta y ríe
y, sudando, celebra cada día
la proeza
y la gloria
de estar vivo.

Canto al hombre que se ama por el cuerpo
y en cada miembro y músculo percibe
un torrente de fuerza que resume
la levedad del aire, el agua, el fuego,
la rosa que despierta en su fragancia,
el cordero, el león, el pajarillo,
la piedra del camino, el alto azul,
la estrella que se apaga y la ceniza
de los volcanes, todo en una vida.

Canto en el hombre el músculo vibrante,
canto en el hombre el músculo sudado,
canto en el hombre cosmos, aire y cielo.

Canto al cuerpo ascendido a la potencia
de saberse dichoso y saludable,
hecho para la vida y el deporte,
que más que vida es ritmo,
batalla de las formas gozadoras,
pretexto para el salto y para el vuelo,
camino de la luz y la alegría,
manantial de optimismo,
rosa de los esfuerzos, rosa pura.

Canto al deporte, en fin, cantando al cuerpo,
canto el esfuerzo de las madrugadas,
canto el sudor, la disciplina, el trote,
el sol en las espaldas, la constancia,
las caídas, las lágrimas, la sangre,
los sueños que se esfuman, la victoria
que, de pronto, florece entre ovaciones.


¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al primer atleta que en Olimpia
coronaron un día de laureles
para mostrar al mundo que la gloria
también se gana con sudor y esfuerzo.

Canto al gran Coubertin, que un día en Atenas
restauró para el mundo la epopeya
de los juegos sagrados donde el pobre
–músculo en ristre y voluntad enhiesta–
compite, cuerpo a cuerpo, con los ricos
y deja en los estadios de alaridos
la impronta del jadeo y del ancestro.

¡Canto la democracia de los juegos!

Canto al hombre que olvida en el deporte
el fragor de las guerras, las ofensas,
la herida que no sana, las traiciones,
la humillación, la cólera justísima,
y naciendo de nuevo, en aire nuevo,
gana para la vida la presea
de ser él sólo y superior él mismo.

¡Canto al hombre hermanado en el deporte!

Canto al fútbol que llena los estadios
de banderas felices y de gritos.
Canto a Pelé, de ébano y de samba,
príncipe de la jungla y las favelas,
dios en pantaloneta haciendo goles
en Brasil, en Europa, en todo el mundo.

Canto al balón que gira por los aires
como un astro incendiado en la victoria
de la augusta patada que disuelve
el nudo del tumulto y la celada.

Canto al balón de tumbo en tumbo yendo,
perseguido, cazado, deseado,
tejiendo filigranas por el césped,
señor del aire y de la tierra hermano.

¡Canto al balón, su gloria desatada!

Canto al ciclismo, forjador de héroes
que devoran distancias y silencios,
selvas y carreteras y plantíos,
villorrios olvidados y metrópolis,
y que al caer las tardes, extenuados,
descansan al soñar con otra etapa.

Canto al puntero triunfador
lo mismo que al humildísimo colero
porque en coraje y en sudor iguales
son y serán sobre la dura ruta
que jalonan con llantos y caídas.

Canto a Cochise, rey de carreteras,
émulo del ciclón y la centella,
camarada del viento, a quien el viento
no le perdona haberlo derrotado.

Canto la gloria del escarabajo
dictando su lección de geografía
sobre un tablero de empinados riscos,
tórridos valles, congelados páramos,
verdeantes vegas, caudalosos ríos...

Canto la bicicleta, caballito sin yerba.
Canto sus radios, canto sus biseles,
canto sus tubulares, sus pedales,
su manubrio obediente, el brillo puro
de su esplendor caminador y aéreo.

¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto al boxeo y su total dureza.
Canto el ruido de mazas demoliendo
caras, cabezas, torsos, esqueletos,
poder, chequeras, fiestas, automóviles,
amor, mujeres, vocación, orgullos...

Canto la destrucción, que es también vida,
reciclaje, canción, volver al todo
del universo en el que el hombre mismo
nace para morir, muriendo vive.

Canto a Mohamed Alí, leve y brutal,
signo de mariposa y danza y fiesta,
poeta del ring, predicador del músculo,
niño inocente prodigando ruinas...

¡Canto la gloria de la fuerza humana!
¡Canto el poder de la salud rampante!
¡Canto la exultación de la materia
por la materia siempre devorada!

Canto los guantes suaves, poderosos,
que hacen más grande el puño.
Canto su lluvia terca, su insistencia,
su volar, su rondar, su danza torva.

¡Me encomiendo a la vida
y canto al músculo!

Canto la natación, canto la esgrima,
el tiro al blanco, el tenis, la gimnasia,
el atletismo, el baloncesto, el béisbol,
la hípica, la lucha y el taekuondo.
¡Canto lo que se olvida, canto y cuento!

Canto, finalmente, al hincha
que pelea y suspira por sus ídolos,
y canto al locutor, al periodista
que hace su historia de papel y viento,
y canto al empresario, al hombrecito
que vende los boletos, al muchacho
que grita: ¡Cigarrillos y papitas!

¡Canto al deporte, droga que no mata!
¡A la salud del cuerpo canto y canto!



Muestra de obra narrativa





El elefante invisible


Copo de Nieve, el elefante, estaba muy preocupado desde hacía varios días porque había notado que nadie le prestaba la menor atención.
"Es muy raro”, pensaba, “que siendo yo el animal más grande del reino, pase inadvertido en todas partes, sin que nadie, ni siquiera los seres más pequeños y miserables, parezcan darse cuenta de mi existencia. ¿Qué diablos será lo que sucede?".
Su paso, sordo y fuerte, estremecía la tierra. Pero nadie, en efecto, se alteraba. Todos los animales seguían tranquilamente en lo suyo, como si en vez de un ser tan grande y monumental pasara un simple e insignificante ratoncillo.
Una vez, mientras descansaba nerviosamente, observando a los demás animales que lo ignoraban, escuchó que un mono le decía a un sapo:
–Mira, ¡una hormiguita roja!
–Va cargada de comida.
–¿En dónde tendrá la casa?
–Debe estar cerca. Sigámosla a ver.
"¡Una hormiga roja!", pensó Copo de Nieve. "¡Los muy idiotas detectan una mísera hormiga y en cambio a mí no me ven! ¿Habrase visto semejante anormalidad?".
Cada vez más perturbado, se preguntó si toda esa indiferencia no se debería, quizás, a falta de una mayor actividad de su parte, pues mientras él se movía lenta y pausadamente los demás animales corrían a toda hora, diligentes, impacientes, como si tuvieran mucho qué hacer y corrieran el riesgo de que el tiempo se les acabara antes de realizar sus importantes faenas.
"Haré como ellos", decidió, y echó a correr desaforadamente por todas partes, sin rumbo fijo, de aquí para allá y de allá para acá. Todo empezó a temblar y a crujir con estruendo inaudito.
"Esto les demostrará a todos que sí existo y tendrán que prestarme la atención que merezco", meditó.
Hecho terremoto y huracán recorrió el reino, amenazando con derribarlo todo. Sin embargo, los animales persistían en su indiferencia. Todos sufrían los efectos de la carrera, pero nadie lo mencionaba siquiera ni hacía el menor gesto reconocedor o identificador.
"¡Demonios!", se dijo entonces Copo de Nieve. "Esto se pone cada vez más extraño e incomprensible. A fe que no entiendo qué es lo que les pasa a estos idiotas. O lo que me pasa a mí".
Sin parar de correr ni de meditar, se le ocurrió, de pronto, la idea de que, tal vez por alguna extraña o mágica circunstancia, se hubiera vuelto invisible. Para salir de dudas, enrutó su carrera hacia un río y se detuvo ante el caudal móvil y espejeante. Por supuesto, era un elefante de verdad, normal, con su gran mole reluciente, su trompa descomunal y sus colmillos curvos, blanquísimos y enormes.
Al corroborarlo, barritó estrepitosamente. El aire retembló, como si un gran cristal fuera a romperse. Pero ningún animal dio signos de alarma. Todos siguieron en lo suyo. Imperturbables. Inconmovibles.
Dejando de barritar y de mirarse en el ondeante y fugitivo espejo del río, Copo de Nieve tomó entonces una decisión trascendental: iría a Palacio a descifrar el misterio.
Al llegar dijo que quería entrevistarse con el rey. Pero nadie lo vio ni le respondió. Insistió varias veces sin resultados. Después barritó, lleno de cólera, y las torres y columnas del edificio gubernamental vibraron a punto de irse a tierra.
Sin embargo, adentro y afuera, todo el mundo siguió apaciblemente su rutina de costumbre.
–¡Tendrán que reconocerme algún día! –bramó el elefante y, alejándose un poco, se echó frente a Palacio a esperar que saliera el rey.
Mientras esperaba, ignorado de todos, vio que pasaban unos monos legisladores, comentando entre sí con animación:
–¡El elefante no existe!
–¡Qué va a existir!
–Es mera fábula.
Al oír eso, Copo de Nieve movió enérgica y afirmativamente su trompa, exclamando:
–¡Yo sí existo, imbéciles! ¡Aquí estoy! ¡Mírenme y escúchenme!
Cuando horas después salió el rey, rodeado de guardias y ministros reverentes, el elefante se le acercó.
–Hola, Majestad –saludó.
El monarca movió la cabeza, pareció sorprenderse y, después, se hizo el desentendido.
–Hola, Majestad –repitió el elefante–. Soy yo, reconózcame, por favor. Dígame que soy real, visible. ¡Dígame que existo!
Pero, como si no lo viera ni lo escuchara, el rey dijo, respondiéndole a alguien que acababa de comentar, medio en serio y medio en broma, que le parecía haber visto un elefante por ahí:
–¡Tonterías! ¡El elefante no existe!
Sólo cuatro años después, desaparecido el rey, el pobre Copo de Nieve tuvo, finalmente, la satisfacción de que todos volvieran a sentirlo, verlo, oírlo y reconocerlo.
Fue entonces cuando comprendió, con no poco asombro, que, por su tamaño, había sido convertido en símbolo viviente de la corrupción del monarca y que en el reino, por una razón de tal naturaleza, hasta los elefantes pueden, un día cualquiera, ser borrados de la faz de la Tierra.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...