viernes, 30 de septiembre de 2011

Arte y belleza


Como la música, la poesía posee para mí virtudes terapéuticas, consoladoras y distensionantes. Con la primera sonando en mi PC escribo siempre. En este  mismo instante, por ejemplo, vibra gloriosamente a mis oídos el Concierto para piano  y orquesta No. 1 en Do mayor, Op. 15,  interpretado por Jan Panenka y la Orquesta Sinfónica de Praga. Sobra decir que es de Beethoven, el maravilloso sordo que como tenía la música adentro ni siquiera necesitaba escucharla para tocarla.

Música y poesía me generan, pues, con su prodigiosa amalgama de delirios y tempestades de la mente y del alma, eso que es conocido como Síndrome de Stendhal, o sea el deliquio iluminado por una sobredosis de hermosura. 

Lo mismo me sucede con la pintura, especialmente con ciertos bellísimos cuadros de Dalí, en los que el genio loco y extravagante subvierte y transforma la realidad dentro de una atmósfera de poesía, magia y surrealismo alucinantes. Pero el síntoma más fuerte lo sufrí cierta lejana mañana en el Museo del Prado en Madrid, ante La Virgen de la Leche, de Bartolomé Esteban Murillo. Ese chorro de leche brotando del seno generoso por la presión de la manecita infantil, me pareció no sólo como si saltara del cuadro sino como si me diera en la cara absorta y en el alma misma. 

El arte, en general, es tan necesario para la vida como para el alma. Los comerciantes, los políticos y los gobernantes baratos –que son, por desgracia, la inmensa mayoría– lo ignoran y no se preocupan por hacer que la instrucción y formación artísticas hagan parte esencial del programa oficial de educación. Nadie las promueve como debería ser y a la hora de repartir los presupuestos estatales les tocan sólo migajas. Las migajas de la mesa epulónica, tradicionalmente opípara para la guerra y mísera para cualquier alternativa que implique superación de verdad.

¿Pero qué más podría esperarse en un país en donde la estupidez, la politiquería y la corrupción vienen campeando desde las luchas independentistas hasta nuestros días? Y el asunto no es sólo de Colombia. Sucede en toda Latinoamérica, bajo la órbita nefasta del Departamento de Estado, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Nuestras políticas son trazadas e impuestas desde el Imperio del Norte. Y a este no le importa que nuestra gente tenga salud, educación, cultura, equidad sino que se siga endeudando y pagando intereses.  Basta echar una simple mirada documental sobre nuestra región para comprobarlo.

El Imperio no sufre, por lo visto, el Síndrome de Stendhal sino el Síndrome del dólar. Y el miserabilismo colombiano no da sino para el síndrome gallináceo de los tres huevos.


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