miércoles, 30 de noviembre de 2011

País pajoso



Esta pobre republiqueta bananera, cafetera y, sobre todo, cocalera que es Colombia –Locombia la nominaba el humorista Klim– ha estado desde siempre poseída por la garrulería, o sea por la manía de hablar o echar carreta. Es la enfermedad nacional. Y, por supuesto, no tiene cura ni antídoto.

Aquí habla y desbarra todo el mundo, torrencial e incontinente. Se dice lo que sea, cualquier cosa, contra quien sea, sin tapujos ni rubores. Nadie se escapa de la baba ni de sus consecuencias. La gente es feliz hablando y cuando está sola o no tiene quien la escuche llama a los noticieros y a los programas radiales nocturnos a desahogarse de sus tristezas, tragedias, embelesos o tonterías.  Más lo último que lo anterior. Quienes dirigen dichos programas viven de la garrulería vacua y vacuna.

En alguno de esos espacios antioqueños había ( ¿o hay todavía?) un horrible gritón que ni siquiera necesita micrófono. La ordinariez amplificada chorreando y entrando todas las noches a los hogares y a las alcobas como una ríada pantanosa de invierno.
La garrulería empieza con los curas y sigue con los politiqueros, que, además de perversos y manipuladores,
carecen de toda inteligencia razonadora. Mentirosos por naturaleza, usan la verborragia como arma para demoler contrarios, acrecer amigotes y deslumbrar tontos. Son tan mentirosos que le mienten hasta a la madre, mientras los demás, en reciprocidad, se la mientan a ellos pero en el sentido que sabemos y que empieza por h.

Este vicio o insana pasión nacional se ha reflejado incluso en deliciosos textos de humor, entre los cuales figura Utria se destapa, famoso cuento de José Félix Fuenmayor, mentor literario de Gabo y de los demás miembros de La Cueva, el grupo literario de Barranquilla que catapultó los imaginarios nacionales al mundo entero con el citado Nobel.

Utria es un tontarrón que vive hablando paja e introduciendo palabrejas que oye y le gustan mas no entiende. Rey infatuado del galimatías, hace desternillar de la risa al más serio y envarado.

Pero la flor de la delicia la aporta el humorista caldense Eduardo Londoño Villegas  en La gravedad del asunto, texto incluido en su antología Esto y lo otro, publicada en 1952 por el español Clemente Airó en su bogotana Editorial Iqueima. En este cuento, ambientado en un club (posiblemente el Manizales), no sucede nada pero todo el mundo habla de la gravedad de un asunto que nadie sabe qué es en realidad. Ahí está, muy bien radiografiado, el vicio logorreico que define nuestro ser nacional. Mucho tilín tilín  y nada de paletas. Mucha baba y poca esencia. 


Broche

¿Imitará Petro la eficiencia y la discreción de su antecesora?

martes, 22 de noviembre de 2011

¡Adelante, muchachos!




El mundo y el futuro son de los jóvenes porque los viejos han fracasado en la vida, en la administración y en la historia. Como cantó Gardel, en sus manos, “el mundo siempre fue y será una porquería”.

Un ligero repaso a la historia nacional lo comprueba con creces. La política, en manos de viejos, no ha dejado más que sangre, miseria y marginalidad. Viejos perversos impulsaron el ciclo conocido como la Violencia, que desató un mar de sangre en el que perecieron más inocentes que culpables. Desde Bogotá se atizaba la hoguera infernal de partidismos insensatos y hasta la Iglesia, atrozmente politizada en cabeza de un peligroso fanático como monseñor Builes, echaba leña al fuego desde una gélida aldehuela antioqueña. Matar liberales dizque no era pecado. Más que esto, el hecho debió parecer algo así como lo que ahora se conoce como “limpieza social”. Los viejos dejaron perder el Canal de Panamá y mientras esto sucedía un versificador le cantaba a una perra en diminutivo. Poema jocoso por valiosa tajada de país.

El chiste que se le atribuye al vejete zumbón debió ser cierto: “Recibí un país y devolví dos”.

Viejos lambones nos entregaron atados de pies y manos a los gringos, iniciando un proceso de enajenación que muchos años después, en vez de aminorarse, parece acentuarse. Viejos, en fin, como en sainete barato, fingieron cambiar las cosas para que, al estilo de Lampedusa, todo siguiera igual. Como siempre.

Este fue y sigue siendo el modus operandi de los viejos. Y mientras estos continúan haciendo de las suyas y trabajando para su medro y clientela personal, el país, adormilado y complaciente, elude fenómenos de modernidad y parece anclado en alguna remota y cenagosa orilla del siglo XIX. El conservadurismo anacrónico y ahistórico, el antiabortismo feroz, el desconocimiento e irrespeto por la diferencia, el apoyo a políticas fascistas y dictatoriales lo evidencian de manera preocupante.

Los viejos fracasaron, repito. Pero no solo en Colombia sino en todo el mundo.Y, ante este fracaso, a los jóvenes no les ha quedado más alternativa que rebelarse para tratar de tomar las riendas de su enredado y sombrío futuro.

El movimiento de indignación que sacude el mundo y que apenas está llegando a Colombia, es la respuesta de los jóvenes. Se cansaron de aguantar y reaccionaron. Las protestas y las marchas contra una reforma educativa que los afecta, son apenas el principio de un inconformismo generacional que, sin duda, removerá algunos cementerios de momias.

Como viejo joven, práctico y realista que soy, adhiero a los sueños, esperanzas y luchas de los muchachos.

Broche

El cerebrito de Facho Santos explotó con un corto circuito.

La eurocrisis

La excelente columnista caleña María Elvira Bonilla publicó el lunes 7 de noviembre una carta muy interesante  en su columna de El Espectador. Mejor dicho, su columna, salvo una brevísima introducción, fue dicha carta. Muy pocas veces los columnistas cedemos nuestro espacio privilegiando textos ajenos y menos si son completos. Pero en el caso citado se justificó plenamente, pues el texto constituye, en si mismo, el mejor y más original de los artículos.

La carta la escribió el griego Georgios Psomás y fue dirigida al alemán Walter Wuellenweber en respuesta a un texto suyo en la revista Stern.  El alemán le echa la culpa de la crisis griega al despilfarro y al mal manejo de la economía y el griego arguye que se arruinaron también comprando productos que hicieron crecer la economía germana. Por último, le pasa costosa cuenta de cobro por todo lo que culturalmente aportó su país a la eurozona.

“Mis compatriotas y yo crecimos siempre con privaciones y sabemos aguantar”, afirma el griego. “Podemos vivir sin BMW, sin Mercedes, sin Opel, sin Skoda. Dejaremos de comprar productos de Lidl, de Praktiker, de IKEA. Pero ustedes, Walter, cómo se las van a arreglar con los desempleados que dejará esta situación que puede obligarlos a bajar su estándar de vida, sus autos lujosos, sus vacaciones al exterior, sus excursiones sexuales a Tailandia. Ustedes, “compatriotas” de la eurozona, pretenden que nos vayamos de ella. Creo firmemente que debemos hacerlo para salvarnos de la UE, que es una banda de especuladores financieros, un equipo en el cual jugamos sólo si consumimos los productos que ustedes ofrecen: préstamos, bienes industriales, bienes de consumo, obras faraónicas”.

Europa y en general los países desarrollados han hecho siempre lo mismo: esquilman y saquean a los pequeños, los obligan a consumir sus productos con pactos no siempre justos, utilizan el poderío económico para imponerles cambios culturales, políticos, sociales y administrativos que los ciñen a su coyunda. En esto coadyuvan servilmente los corbatudos vendepatrias que medran a la sombra del poder con la connivencia de gobernantes espurios. La historia reciente documenta muy bien la afirmación.

Palabras más, palabras menos, la carta del griego podrían suscribirla todos los países del tercer mundo, comenzando por los latinoamericanos, y el destinatario obvio es EE.UU. La ley de la conservación y la supervivencia enseña que el pez grande se come al chico.Y los chicos, en nuestra área regional, somos los productores de los minerales, cuyos precios de extracción se multiplican, de regreso, con el valor agregado de la transformación técnica y científica. Vendemos a huevo y compramos carísimo.

Nosotros somos los griegos de América.

Broche

La mano negra desterró del país a León Valencia.

Santos y Angelino

Quienes hemos apoyado a Santos desde que demostró que no iba a seguir los desastrosos derroteros del antecesor, ahora, cumplido ya el primer año de gobierno, empezamos a notar signos intranquilizadores. Uno de ellos es su habladera sobre todo y por todo. A veces opina sobre verdaderas tonterías. Eso le resta seriedad.

El asunto Angelino es también algo bastante molesto. Santos se equivocó al elegirlo como su fórmula vicepresidencial, tal vez deseando congraciarse con la clase obrera y meterle populismo a su campaña. Por inculto e indiscreto, a este curioso y pintoresco bocón habría que ponerle silenciador, pues siempre está alborotando avisperos por todas partes y diciendo públicamente lo que bien podría tratar en privado. Engallado, se ha atrevido incluso a disentir del presidente, aduciendo que nadie lo callará. Y lo que es peor aún por su descaro manifiesto, ha hablado de su votación, que, en realidad, fue la de Santos, no la suya, ya que después del paso por la administración del Valle salió bastante mal parado, como lo atestiguan algunos columnistas de la región.

Ahora, tal vez por sacarse de encima al importuno, Santos está intrigando por hacerlo nombrar en la OIT. Pero el avivato, que quiere pan y pedazo y más debajo del brazo, salió a decir que no por eso dejará la vicepresidencia. O sea que seguirá ahí hasta que San Juan agache el dedo.

Estas intemperancias resultan muy inconvenientes, ponen en entredicho la seriedad y la autoridad de Santos y comprueban, ya en un plano graciosamente folclórico, que en materias relevantes no deben juntarse cachacos y arrancayucas o consumidores de caviar y chunchurria.

Pero lo más desatinado de Santos fue la idea del hotel en el Parque Tayrona, en buena hora reversada. De no haber sido así esto hubiera arrasado tarde o temprano con las reservas medioambientales y desterrado a los aborígenes, con quienes tanta amistad simula. Era una barbaridad absoluta con unos beneficiarios previsibles, entre los cuales no eran descartables los ricachos de Santa Marta involucrados en lo del AIS. Después,  posiblemente, irrumpiría también Bessudo, experto comediante interpretando el libreto de “Hoteles-medio ambiente, basurero feliz”.

Santos debe saber que, de ninguna manera, deberá revivir las faenas del octenio purulento. A propósito, ¿estará vigilando que la lluvia heredada de contratos mineros no siga depredando la naturaleza y arruinando el futuro de la nación?

Broche

Ciertos viudos del régimen anterior insisten en que hay que agradecerle lo del TLC. ¿Será por las magníficas autopistas que dejó?  Las horribles trochas de Andrés Uriel son una deshonra para cualquier gobierno. Y, obvio, sin vías apropiadas los únicos beneficiados del tratado serán los gringos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El triunfo de Petro

Por Hernando García Mejía

El triunfo de Gustavo Petro en Bogotá constituyó el gran suceso en las pasadas elecciones de alcaldes y gobernadores. Ello era hasta cierto punto previsible debido al desgaste de Peñalosa y a la poca audiencia de los demás contendores, pese a su juventud, pulcritud, empuje y preparación. Serio, tesonero, con un discurso fino y coherente, el antiguo guerrillero demostró durante su breve campaña que tiene madera de líder y que si ejecuta un buen papel en la alcaldía abrirá las puertas para una  casi segura candidatura presidencial, aglutinando sectores inconformes y grupos de la izquierda democrática. El país está madurando electoralmente para eventos de tal naturaleza. Y es bueno que así sea, pues la politiquería de los podridos cacicazgos tradicionales ya hizo suficientes estragos.

En su primer discurso de ganador el nuevo alcalde dijo cosas muy interesantes y hasta inusuales. Habló incluso de amor, de humildad, de inclusión, de los niños de la primera edad y de la necesidad de cuidarlos y nutrirlos para mejorar las generaciones futuras. Ahí dio en el clavo. El problema de la marginalidad social y del hambre está acabando con nuestros niños y dañando el futuro del país con gente débil, triste y resentida. Es obvio que cuidar bien la infancia posibilita mejores ciudadanos.

La merecida victoria del joven y aguerrido caudillo popular acabó definitivamente con el proyecto político-administrativo de Peñalosa, quien se quemó una vez más. La tontería y la carencia de astucia y olfato políticos del ex alcalde dan grima. Solo a él se le ocurre mostrarse tanto con un personaje tan desacreditado como Álvaro Uribe, que hunde y pudre todo lo que toca. Además, los bogotanos saben que el tipo no quiere a la ciudad ni a su gente. Y exhibirse con él, en una especie de pantallera reviviscencia de don Quijote y Sancho, resultó muy dañino. Además, ¿qué ofrecía Peñalosa?  ¿Más bolardos y losas reventadas?

Con la quema de Peñalosa continúa el hundimiento de Uribe. Ya solamente los ingenuos le conceden capacidad influyente o decisoria. Pasó su cuarto de hora. ¡Menos mal!

Otros derrotados fueron el fastidioso e impotable José Obdulio Gaviria y su compinche J.J. Rendón –tal para cual– quienes estuvieron en Medellín con el combo de Luis Pérez, también borrado del escenario electoral a pesar de su cauda popular de las comunas. 

Personalmente, creo que Medellín y Antioquia ganaron con Aníbal Gaviria y Sergio Fajardo, que ya demostraron experiencia y convencieron con su seriedad y honradez, virtudes fundamentales sobre todo para navegar en el mar de corrupción en que está transformada la administración pública.

Broche

El prestigio no se compra ni improvisa.


martes, 1 de noviembre de 2011

Brevedad y calidad

Por Hernando García Mejía

Baltasar Gracián, moralista, filósofo y aforista español, dijo alguna vez algo que constituye no sólo una lección sino una advertencia para escribidores abundosos: “Lo bueno si breve, dos veces bueno”. Esto inspiró, sin duda, a un ya finado amigo guasón para hacer este chiste formidable: “Sea breve, brillante y váyase”, que es perfectamente aplicable a ciertas visitas largas y cansonas para las que la tradición paisa sugiere el hechizo brujeril de la escoba. Con cualquier pretexto, la dueña de casa va a la cocina y, tomando la escoba, la pone con las cerdas hacia arriba en un rincón. Eso dizque “es bendito” porque la visita se aburre y se larga.

La brevedad es signo y marca de autores concretos y sustanciosos, que van al grano sin rodeos. Saben lo que quieren decir y lo dicen bien. Los mediocres, por el contrario, se explayan en vueltas, revueltas, callejones oscuros y digresiones enojosas que terminan desestimulando al lector. Y lector aburrido, texto perdido.

Los atafagos y prisas de la globalización exigen concreción. De ahí que, en buena hora, haya aparecido el twitter, recurso supremo cuyos textos, al menos los bien escritos, parecen más aforismos que otra cosa. Opinión en caliente, desnuda y eficaz.

Algunos escribidores pajosos –en la doble acepción– tienden a desaparecer ahora definitivamente debido al tamaño tabloide de los diarios, en cuyas páginas, como estas de El Nuevo Siglo, sólo caben tres columnas.

A propósito de lo anterior, alguien se quejó un día:

–En ese espacio es muy poco lo que se puede decir.

–Bien dicho, no –repuse–. Se trata de notas de opinión y no de ensayos, que tienen licencia de alargamiento y cabida en otras publicaciones. Las ideas hay que constreñirlas al máximo y no alargarlas, ya que, como los cauchos, terminan reventándose. Conclusión: hueso duro y poca carne.

Broches

1. Cuando conocemos el rabo de paja de ciertos exponentes de la más recalcitrante godarria –Corzo y compañía– nos preguntamos con preocupación ético-patriótica cómo es posible que el partido de Álvaro Gómez esté tan  pésimamente representado. ¡No hay derecho! 2. El día de la quema se verá el humo. Y el 30 de octubre habrá más de un calcinado. Comenzando por cierto ex que un día se creyó insustituíble, salvador y mesías. 3. Con el TLC somos nuevamente indios engañados con espejitos. Sólo que ahora los caciques saben inglés, usan corbata y en su infinita abyección y lambonería ceden más de la cuenta. Les importa, ante todo, hacer méritos para  chanfainas futuras. 4. ¿Sabían que a Steve Jobs ya le están prendiendo veladoras y rezándole como a un  santo?



viernes, 21 de octubre de 2011

Cuando la poesía se escribe sobre las tumbas




Por Hernando García Mejía
Especial para Día D 

 

I



El poeta Edgar Lee Masters (1869-1950) es un caso bastante curioso en la literatura norteamericana.  Abogado profesional y autor de  novelas, trabajos biográficos y numerosos libros de poemas,  pasó a la  historia y a la memoria de los lectores con  los famosos epitafios de su  Antología de Spoon River, que, aparecida en 1915, suma un total de 250 textos para lápidas destinadas al cementerio  de un  pueblo no por imaginario menos próximo y visible.
Con un poder de síntesis asombroso, Masters hace de cada uno de sus epitafios una crónica biográfica sarcástica y profunda, no obstante su brevedad. Sobre esas tumbas rústicas, abandonadas y  circuidas por la maleza, queda, nítida y redonda, la historia de quienes las ocupan. El cementerio está en la colina de la aldea, como un vigía de la eternidad. Y todos  duermen  en la colina, después de las fatigas y las penas: el minero, el  peleador, el trabajador honrado, la que murió de amor, la prostituta, el quemado vivo, el violinista, la amada de Lincoln, el solitario, el ateo, el dentista.  Todos callan bajo la tierra.  El  poeta va contando cómo vivieron y murieron:
Uno se extinguió  de fiebre.
Otro ardió en una mina.
Otro murió en una trifulca.
Otro murió en la cárcel.
Otro se cayó de un puente mientras trabajaba para su mujer y sus hijos.
El nonagenario, paupérrimo e irresponsable  borrachín, que vivió de taberna en taberna y de  parranda en parranda, rasgueando las cuerdas de  su violín, casi tan viejo como él mismo, le merece al poeta esta hermosa pregunta:
¿Dónde está el viejo  violinista Jones
que jugó con la vida durante sus noventa años enteros,
arrostrando la  cellisca con pecho desnudo,
bebiendo, alborotando, sin pensar en la esposa ni en la familia,
ni en el oro, el amor y el cielo?
En el epitafio titulado Anne Rutledge es la enterrada quien habla de sí  misma, revelando infidencias de su historia con acento noblemente patriótico:
Brotadas de mí, sin mérito y desconocida,
las vibraciones de una música inmortal:
“Con maldad para ninguno, con caridad para todos”.
Brotados de mí el perdón de millones a millones
y la faz benéfica de una nación
resplandeciente de justicia y verdad.
Quien duerme bajo estas malezas soy yo, Anne Rutledge,
amada en vida por Abraham Lincoln.
Esposa suya pero no mediante unión
sino mediante separación.
¡Florece para siempre, oh República,
del polvo de mi seno!
En esta misma línea de profunda y simplísima belleza se da también la confesión autobiográfica de Chandler Nicholas, un hombre solitario e infeliz, consciente de la inutilidad de su vida y de todo lo que hace por  dignificarla y ennoblecerla.  ¿Para qué cuidar la salud? ¿Para qué leer y meditar? ¿Para qué ser sociable y útil? ¿Para qué  nada? ¿Para qué todo?  Si alguien busca el espejo más terrible de la soledad, lea este  poema hondo de esencia y de amargura:
Todas las mañanas afeitándome
y bañándome
y vistiéndome.
Pero nadie en mi vida para deleitarse
con mi prolija apariencia.
Todos los días caminar y respirar hondo
para cuidar mi salud.
Pero, ¿para qué este vigor?
Todos los días perfeccionando mi espíritu
con meditación y lecturas.
Pero nadie con quien intercambiar el saber.
No era ágora ni casa de permutas
para las ideas, Spoon River.
Buscando, pero nunca buscado.
Maduro y sociable; útil, pero sin uso.
Encadenado aquí en Spoon River,
mi hígado desdeñado por los buitres
¡y por mí mismo devorado!

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