Por Hernando García Mejía
Especial para Día D
I
El poeta Edgar Lee Masters (1869-1950) es un caso bastante curioso en la literatura norteamericana. Abogado profesional y autor de novelas, trabajos biográficos y numerosos libros de poemas, pasó a la historia y a la memoria de los lectores con los famosos epitafios de su Antología de Spoon River, que, aparecida en 1915, suma un total de 250 textos para lápidas destinadas al cementerio de un pueblo no por imaginario menos próximo y visible.
Con un poder de síntesis asombroso, Masters hace de cada uno de sus epitafios una crónica biográfica sarcástica y profunda, no obstante su brevedad. Sobre esas tumbas rústicas, abandonadas y circuidas por la maleza, queda, nítida y redonda, la historia de quienes las ocupan. El cementerio está en la colina de la aldea, como un vigía de la eternidad. Y todos duermen en la colina, después de las fatigas y las penas: el minero, el peleador, el trabajador honrado, la que murió de amor, la prostituta, el quemado vivo, el violinista, la amada de Lincoln, el solitario, el ateo, el dentista. Todos callan bajo la tierra. El poeta va contando cómo vivieron y murieron:
Uno se extinguió de fiebre.
Otro ardió en una mina.
Otro murió en una trifulca.
Otro murió en la cárcel.
Otro se cayó de un puente mientras trabajaba para su mujer y sus hijos.
El nonagenario, paupérrimo e irresponsable borrachín, que vivió de taberna en taberna y de parranda en parranda, rasgueando las cuerdas de su violín, casi tan viejo como él mismo, le merece al poeta esta hermosa pregunta:
¿Dónde está el viejo violinista Jones
que jugó con la vida durante sus noventa años enteros,
arrostrando la cellisca con pecho desnudo,
bebiendo, alborotando, sin pensar en la esposa ni en la familia,
ni en el oro, el amor y el cielo?
En el epitafio titulado Anne Rutledge es la enterrada quien habla de sí misma, revelando infidencias de su historia con acento noblemente patriótico:
Brotadas de mí, sin mérito y desconocida,
las vibraciones de una música inmortal:
“Con maldad para ninguno, con caridad para todos”.
Brotados de mí el perdón de millones a millones
y la faz benéfica de una nación
resplandeciente de justicia y verdad.
Quien duerme bajo estas malezas soy yo, Anne Rutledge,
amada en vida por Abraham Lincoln.
Esposa suya pero no mediante unión
sino mediante separación.
¡Florece para siempre, oh República,
del polvo de mi seno!
En esta misma línea de profunda y simplísima belleza se da también la confesión autobiográfica de Chandler Nicholas, un hombre solitario e infeliz, consciente de la inutilidad de su vida y de todo lo que hace por dignificarla y ennoblecerla. ¿Para qué cuidar la salud? ¿Para qué leer y meditar? ¿Para qué ser sociable y útil? ¿Para qué nada? ¿Para qué todo? Si alguien busca el espejo más terrible de la soledad, lea este poema hondo de esencia y de amargura:
Todas las mañanas afeitándome
y bañándome
y vistiéndome.
Pero nadie en mi vida para deleitarse
con mi prolija apariencia.
Todos los días caminar y respirar hondo
para cuidar mi salud.
Pero, ¿para qué este vigor?
Todos los días perfeccionando mi espíritu
con meditación y lecturas.
Pero nadie con quien intercambiar el saber.
No era ágora ni casa de permutas
para las ideas, Spoon River.
Buscando, pero nunca buscado.
Maduro y sociable; útil, pero sin uso.
Encadenado aquí en Spoon River,
mi hígado desdeñado por los buitres
¡y por mí mismo devorado!