Esta pobre republiqueta bananera, cafetera y, sobre todo, cocalera que es Colombia –Locombia la nominaba el humorista Klim– ha estado desde siempre poseída por la garrulería, o sea por la manía de hablar o echar carreta. Es la enfermedad nacional. Y, por supuesto, no tiene cura ni antídoto.
Aquí habla y desbarra todo el mundo, torrencial e incontinente. Se dice lo que sea, cualquier cosa, contra quien sea, sin tapujos ni rubores. Nadie se escapa de la baba ni de sus consecuencias. La gente es feliz hablando y cuando está sola o no tiene quien la escuche llama a los noticieros y a los programas radiales nocturnos a desahogarse de sus tristezas, tragedias, embelesos o tonterías. Más lo último que lo anterior. Quienes dirigen dichos programas viven de la garrulería vacua y vacuna.
En alguno de esos espacios antioqueños había ( ¿o hay todavía?) un horrible gritón que ni siquiera necesita micrófono. La ordinariez amplificada chorreando y entrando todas las noches a los hogares y a las alcobas como una ríada pantanosa de invierno.
La garrulería empieza con los curas y sigue con los politiqueros, que, además de perversos y manipuladores,
carecen de toda inteligencia razonadora. Mentirosos por naturaleza, usan la verborragia como arma para demoler contrarios, acrecer amigotes y deslumbrar tontos. Son tan mentirosos que le mienten hasta a la madre, mientras los demás, en reciprocidad, se la mientan a ellos pero en el sentido que sabemos y que empieza por h.
Este vicio o insana pasión nacional se ha reflejado incluso en deliciosos textos de humor, entre los cuales figura Utria se destapa, famoso cuento de José Félix Fuenmayor, mentor literario de Gabo y de los demás miembros de La Cueva , el grupo literario de Barranquilla que catapultó los imaginarios nacionales al mundo entero con el citado Nobel.
Utria es un tontarrón que vive hablando paja e introduciendo palabrejas que oye y le gustan mas no entiende. Rey infatuado del galimatías, hace desternillar de la risa al más serio y envarado.
Pero la flor de la delicia la aporta el humorista caldense Eduardo Londoño Villegas en La gravedad del asunto, texto incluido en su antología Esto y lo otro, publicada en 1952 por el español Clemente Airó en su bogotana Editorial Iqueima. En este cuento, ambientado en un club (posiblemente el Manizales), no sucede nada pero todo el mundo habla de la gravedad de un asunto que nadie sabe qué es en realidad. Ahí está, muy bien radiografiado, el vicio logorreico que define nuestro ser nacional. Mucho tilín tilín y nada de paletas. Mucha baba y poca esencia.
Broche
¿Imitará Petro la eficiencia y la discreción de su antecesora?